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domingo, 28 de julio de 2013

El suicidio del mes: Giuseppe Pinelli

La siguiente narración sigue la duda de muchos de los casos que han sido mencionados en esta sección y trata sobre un ferroviario anárquico de Italia, que vivió entre 1928 y 1969, y al que el poeta Riccardo Mannerini (hubiera querido dedicar esta entrada a él, pero debido a la escasa información sobre los detalles de su muerte, no fue posible) dedicó la canción "Ballata per un ferroviere". https://www.youtube.com/watch?v=M7QhIn21iM0 

 Esta entrada está dividida en 2 partes, las dos son traducciones hechas por este sitio, sobre aquel fatídico 15 de diciembre de 1969, de las siguientes fuentes: 

http://www.osservatoriodemocratico.org/page.asp?ID=3176&Class_ID=1001 

http://salvatoreloleggio.blogspot.mx/2012/01/chi-uccise-giuseppe-pinelli-di-leonardo.html 


Giuseppe Pinelli cayó del cuarto piso de la sede del cuestor de Milano pocos minutos después de la medianoche del 15 de diciembre de 1969. Ferroviario de cuarenta y un años, histórico dirigente del Círculo anárquico “Ponte della Ghisolfa”, había sido detenido por el comisario Luigi Calabresi la noche del 12 de diciembre, pocas horas después, la masacre de la plaza Fontana, es detenido ilegalmente. Como muchas veces ha sido narrado, primero se afirma, por parte de los dirigentes de la sede del cuestor, que Pinelli estaba implicado en la masacre de plaza Fontana, después que, sintiéndose perdido, se habría suicidado. La conclusión jurídica fue escandalosa. La piedra tumbal fue puesta en octubre de 1975 por el juez instructor Gerardo D'Ambrosio con su famosa sentencia de absolución, única en la jurisprudencia italiana, por lo que no se trató ni de homicidio ni de suicidio. Giuseppe Pinelli, despreciando las más elementales leyes de la física y de la medicina legal, causa un «malestar activo» fue presa, según esta reconstrucción, de una «improvisada alteración del centro de equilibrio», que provocando «movimientos descoordinados» lo proyectó literalmente fuera de la ventana. Un fenómeno sin precedentes, nunca más verificándose en ningún otro lugar y en ningún otro país. Pero sólo aquella noche, aquella hora, en aquella sede del cuestor de Milano, fue víctima un ferroviario anárquico. Una reconstrucción claramente inventada con el simple objetivo de no llevar a proceso a los policías y a los carabinieri responsables, entre ellos, el comisario Luigi Calabresi, como testimonió Pasquale Valitutti, otro anárquico, que lo vio entrar y no salir de aquella sede del cuestor antes del "vuelo" de Pinelli. Un acto de vergonzosa sumisión de la justicia. Desde entonces han sido formuladas diversas hipótesis sobre el fin del anárquico. Algunas definitivamente fantasiosas. Una, en particular, entre las últimas, ha dejado a todos estupefactos. No la externó cualquiera, nada menos que un ex comisario de policía, Giordano Fainelli, ahora jubilado, presente aquella noche en la sede del cuestor. En una entrevista concedida a la agencia periodística Il Velino, en julio de 2006, narró que «Pinelli había sido dejado completamente solo» y que «alrededor de medianoche» «vino a su encuentro su colega Mainardi agitadísimo» y le dijo: «Ha escapado Pinelli, no se encuentra más». Pero la fuga había concluído trágicamente: el anárquico, pegándose, para escapar, a la balaustrada de una puerta-ventana (según Fainelli del tercer piso, mientras que Pinelli se precipitó desde el cuarto) se había deslizado despedazándose en el patio inferior. El motivo de este inexperto tentativo, el hecho que no podía «negar más su implicación» en los precedentes atentados de agosto. Es increíble que quien narró esta mentira haya sido un funcionario de policía, que no sólo ha fingido no saber que por aquellos atentados de agosto fueron después condenados con pruebas indudables los fascistas de Ordine nuovo, pero que en todos estos años bien se ha custodiado referir su narración a un magistrado. Una herida de verdad, pasada bajo silencio, ha sido dado, en cambio, por otra investigación, ésta sí increíblemente olvidada. Nos referimos a un interrogatorio unidos a los actos del juez veneciano Carlo Mastelloni en el curso de sus investigaciones concernientes al avión militar C-47 Dakota, con la clave Argo 16, a disposición de los servicios secretos italianos, caído el 23 de noviembre de 1973 en Marghera, en el que perdieron la vida cuatro miembros del personal de vuelo. Se conjeturó el sabotaje por parte del Mossad israelí como acto por la política filo árabe italiana. El mismo aeroplano, algunas semanas antes, había sido, de hecho, utilizado para reportar en Medio Oriente cinco palestinos detenidos en Ostia mientras preparaban un atentado contra un avión de la compañía de emblema El Al. Y bien, en un largo testimonio del ex suboficial Giuseppe Mango, desde 1965 tomó la dirección central del ministerio del Interior, entregada el 19 de abril de 1997 y concerniente al funcionamiento de la oficina de los negocios reservados, también se habló de la muerte de Giuseppe Pinelli. Antonino Allegra, el dirigente de la Oficina política del cuestor de Milano «fue convocado en Roma por D'Amato», el director de la División de los negocios reservados, «y ambos se transportaron por Vicari», el entonces jefe de la policía, así dijo Giuseppe Mango. «Allegra sostenía que Pinelli se había apoyado de espaldas a la ventana y que de repente había caído». Una reconstrucción nueva, nunca antes presentada, impedimento revelado con las destituciones de todos los que se encontraban en aquella sede, acompañada de un elemento posterior clarificador. «Desde D'Amato mismo supo que al caso Pinelli había sido declarada una falsa confesión de Valpreda, noticia repentinamente llevada por alguien, creo que por el capitán de los carabinieri, que había incursionado en la habitación llena del personal de la sede del cuestor». Evidente la concatenación de los dos eventos. Pinelli de espaldas a la ventana había sido violentamente agredido por quien, a través de una declaración inventada, le respondía a la culpabilidad de los anárquicos. Una presión, incluso física. Por aquí la caída en el vacío. Pero también la explicación de la ausencia en sus manos y en sus brazos de abrasiones. En esa posición había caído hacia atrás, muerto. No había podido tampoco tentar aferrarse en las protuberancias del muro. Había golpeado en la cornisa inferior y había después terminado en el patio. Quizá las cosas sucedieron precisamente así. Con el debido respeto a D'Ambrosio.

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Quién mató a Giuseppe Pinelli (de Leonardo Sciascia)


Luigi Calabresi, comisario de policía, había estado entre los inquisidores en la masacre en Piazza Fontana, sucedida en Milano en diciembre de 1969. En aquélla, había sido acusado por el movimiento de “Lotta Continua”-Lucha Continua- y por su periódico, conducido por Adriano Sofri, de ser responsable de la muerte de Giuseppe Pinelli, ferroviario anárquico, caído desde el quinto piso de la sede del cuestor en circunstancias bastantes oscuras, también por las mismas contradictorias declaraciones de policía y del gobierno.

La polémica contra la masacre rápidamente llamada “de Estado” (y que quedó ya impune también por las comprobadas pistas falsas operadas por órganos del Estado) de inmediato comenzó y se concretizó en una verdadera y peculiar contra-investigación.
Ésa se acompañaba – en los movimientos de extrema izquierda – de una fuerte denuncia del esfuerzo inmediatamente puesto en acto por los investigadores (en primer lugar el cuestor Guida y, precisamente, el comisario Calabresi) de acusar a los anárquicos del cruento atentado. El mismo trágico fin de Pinelli, después revelándose incontestablemente inocente, había sido usado para confirmar la matriz anárquica de la masacre: al ferroviario habían estado atribuidas inexistentes confesiones y declaraciones sobre la anarquía, también por avalar la tesis del suicidio.


Por las denuncias de “Lotta Continua”-Lucha Continua- contra los agentes de Milano surgió un proceso por calumnia, que tenía como acusados a los redactores del periódico y como acusador a Calabresi; pero lo transformó en un proceso, Calabresi, que Lc [Lotta Continua] indicaba como el principal responsable de la muerte de Pino Pinelli. Después, las controvertidas pruebas del lanzamiento de un maniquí desde la ventana, los jueces excluyeron tanto el suicidio, como el homicidio: en la sentencia hablaron de un “malestar activo”, por efecto del que el ferroviario hubiera precipitado por la célebre ventana (demasiada alta para una caída accidental y “pasiva”). “Lotta continua” –Lucha Continua- , propuesta la apelación, continuaba a llamar asesino al Calabresi y deseaba que la justicia proletaria tuviera su curso prescindiendo de las mentiras de la magistratura del Estado burgués. Cuando, en mayo de 1972, Calabresi es asesinado, el periódico y los volantes del movimiento de Sofri declararon que el acto correspondía a la voluntad de justicia del proletariado. 


Por años las investigaciones, sobre la matanza, del comisario, dieron vueltas en el vacío.
Mucho tiempo después, en agosto de 1988, por sorpresa Leonardo Marino, un obrero meridional amenazado, ya militante de “Lotta Continua” –Lucha Continua-, se acusó de haber participado al homicidio, indicando como autores materiales dos de sus viejos compañeros (Bompressi y Pietrostefani) y como jefe, el líder de Lc –Lucha Continua-, Sofri.

 
Era el inicio de una larguísima historia judicial, hecha de recursos y anulaciones, con sentencias numerosas y contrarias, que habría concluido con la condena definitiva de Sofri. Él la había después socráticamente descontada, refutando pedir la “gracia” por un crimen del que se declaraba inocente. 


El 28 de agosto de 1988, muchas páginas de “L’Espresso” fueron inevitablemente dedicadas a la confesión de Marino, a la investigación y al arresto de Sofri. El comentario de los hechos es dado a Leonardo Sciascia, que con razonables argumentaciones se declaraba convencido de la inocencia de los acusados. Lo que sigue es un pasaje muy interesante que lleva a la escena de la horrible muerte de Pino Pinelli. (S.L.L.)
 

viernes, 18 de enero de 2013

El suicidio del mes: Luca Flores




Fuente de la foto: https://www.facebook.com/pages/Luca-Flores/28126873800?ref=stream

Fuente: www.lucaflores.com

Pianista, compositor.
Luca Flores nació en Palermo en 1956 y comenzó a tocar el pianoforte a la edad de 5 años en Mozambique en donde vivió por 8 años. Se transfirió a Firenze en 1970 inició los estudios en el conservatorio Luigi Cherubini graduándose en pianoforte y obteniendo el 5° año de órgano. Inició la actividad jazzística en 1974 primero formando un quinteto y después un trío. Su exordio a nivel nacional primero sucede en el grupo "Streams" de Tiziana Ghiglioni y después en el grupo "Matt Jazz Quintet" con Gianni Cazzola. Con estos dos grupos formó parte de los mayores festivales italianos. También militó en los grupos de Chet Baker, Massimo Urbani, Fulvio Sisti y Bruno Marini. Además colaboró con los siguientes músicos en su paso por Toscana: Bruno Tommaso, Paolo Damiani, Lee Konitz, Sal Nistico, Gianni Basso, Claudio Fasoli, Furio Di Castri, Al Cohn, Steve Grossman, Al Grey, Bobby Watson, Bob Mover, Kenny Wheeler, Dave Holland, David Murray, Nicola Stilo, Riccardo del Fra, Enrico Rava, Muhal Richard Abrams, Tullio de Piscopo, Paolo Fresu, Tony Scott. En Firenze tuvo actividad de enseñanza en el Andrea del Sarto de 1979 a 1987 (retomada en 1993). Participó en los seminarios de verano de Siena en calidad de profesor de piano en 1985/6/7. Tocó en Suiza, Francia, Alemania, Holanda, Rusia. Tuvo como maestros a Roberto Pichini, Marco Vavolo, Enrico Pieranunzi e Franco D’Andrea.
Murió en Montevarchi el 29 de marzo de 1995.


Los siguientes fragmentos son traducciones, hechas por este sitio, del libro: "Il disco del mondo. Vita breve di Luca Flores, musicista" de Walter Veltroni, a estos fragmentos se les agregará un título que originalmente no tienen para saber de que parte se trata:

Fuente: Veltroni, Walter, “Il disco del mondo. Vita breve di Luca Flores, musicista”, BUR Biblioteca Univ. Rizzoli , 2006, 120 pp.

HOW FAR CAN YOU FLY?

[…] Barbara cuenta: La noche del 31 de marzo, mi padre me dijo que había tratado de llamar a Luca y siempre había encontrado el teléfono ocupado. También lo intenté yo y hasta las nueve y media, diez y siempre estaba ocupado. Entonces mi padre me pidió que fuera a ver por qué. Mi pareja y yo nos subimos al auto, como desafortunadamente habíamos hecho otras veces, para ir a la casa de Luca, en Montevarchi. Llegamos ahí y yo tenía las llaves de la casa y no sé por qué, pero cuando abrí la puerta ya había entendido que Luca se había suicidado. Estaba la luz de la casa prendida y sus gatitos, que adoraba, parecían enloquecidos. Se trataba de buscar a Luca, porque en la sala no estaba, en la cocina no estaba. Yo, sin embargo, sentía que se encontraba en su recámara, y de hecho descendí y lo vi ahí... Cuando lo vi, no creí que estuviera muerto. La habitación estaba oscura, no encontraba el interruptor - y quizá es mejor así -, la única luz que estaba era la que se filtraba por la ventana. Después de algunos segundos en la oscuridad entreví la silueta de Luca, que estaba de pie, y parecía como si estuviera contemplando algo que estaba en sus pies. En el gran silencio, esta figura me parecía extrañamente natural, pacífica, tranquila. Probablemente yo no podía pensar lo peor, porque aquel pensamiento hubiera sido demasiado pesado de soportar. Lo llamé: "Luca, Luca, soy yo, estoy acá, respóndeme". Después vi lo blanco de la cuerda que colgaba del techo y de inmediato entendí toda la horrenda verdad. Afortunadamente no estaba sola: Andrea, mi pareja, hizo todas las cosas que debía hacer, llamar a la policía y a los carabinieri, al médico, no sé, la ambulancia, llamar a mi familia y no recuerdo que más. Creo que fui con los carabinieri, en donde me encontré con mi padre, después con mi hermana. Pero recuerdo algo que sucedió el día después, que era sábado, y mi padre me telefoneó para decirme que los funerales serían el lunes 3 de abril, y yo dije: "Pero cómo, cuáles funerales, entonces ¿Luca de verdad murió?". Yo aún no lograba entender que Luca no estaba más, […]

DESDE STATEN ISLAND, NEW YORK...

«El lenguaje de la música es uno, y es aquel del alma, allá en donde las palabras nos engañan con sus miles significados. Es libre de volar al paraíso, de bajar a las vísceras del infierno o de estar flotando en el limbo. Yo amo a aquellos músicos que cantan, escriben y tocan cada nota como si fuera la última

Tengo enfrente estas palabras. Están escritas a mano, en una carta enviada el 16 de octubre de 1990 desde Staten Island, New York. La caligrafía, redonda y clara, es la de Luca Flores. Yo no sabía quién fuera Luca Flores. No lo sabía hasta hace dieciocho meses. Un día una arquitecta que trabaja en la comunidad de Roma, compañera de un óptimo jazzista como lo es Nicola Stilo, me regaló un disco compacto. Conocía mi amor por el jazz, por la música, por la grandeza y el sufrimiento de la creación artística.

EL INICIO

Luca nace en Palermo, el 20 de octubre de 1956. Su padre Giovanni, un estimado geólogo y un intelectual refinado, había estado, en los años precedentes, ocupado en las búsquedas petrolíferas en Cuba y en Belice. En Cuba habían nacido Heidi y Paolo, sus hermanos mayores. Luego, en 1952 el padre fue llamado nuevamente en Sicilia para desarrollar las mismas tareas. Heidi y Paolo habían vivido los primeros años de su vida en donde la guerra no había sucedido. En Habana había playa, la casa unifamiliar inmersa en lo verde. La vida debía transcurrir lenta y serena, como es adecuado que sea cuando la vida comienza. Luego, la familia hizo las maletas y comenzó un largo viaje. Atravesó el mar, desde Belice a Londres y desde Londres, pasando por Forte dei Marmi y Firenze, hasta Sicilia. Las fotos sobre la nave descubren a la familia alegre y también prudentemente con abrigos de salvataje, no se sabe más. El viaje se concluye en Agrigento, en una bella casa en el mar en la aldea de San Leone. Después, alrededor de un año, se fueron a vivir a Palermo. La Palermo del '53, con las huellas y las heridas de la guerra. Aquella Palermo un poco siciliana y un poco americana, acoge a la familia Flores. Durante la escala a Londres, Heidi y Paolo encuentran el modo, niños rubios, de hacerse fotografiar frete a un farol de Buckingham Palace y luego frente a los lagos y en los prados verdes de Hyde Park. No lo saben, pero cuando hayan llegado a Sicilia, habrán hecho el mismo viaje de sus dos antepasados que a principios del Ottocento llegaron a la isla desde la lejana Inglaterra. Eran las hijas de John Oates, un mercante inglés que llegó a Sicilia desde Yorkshire para producir marsala para exportar, a pesar del bloqueo napoleónico que impedía a los ingleses de beber porto. Es una bella historia, esta. La ha narrado el papá de Luca, Giovanni Flores, en una novela «de familia» titulada "Il re non risponde".

EL DISCO DEL MUNDO

Las primeras fotografías de Luca que he podido ver, muestran un niño sano y rubio que corre a lo largo una calle de Forte dei Marmi. En una de ellas está sentado en la pierna izquierda de su madre. Al lado está Barbara, su hermana, por poco más grande que él. Llevan el mismo overol, como dos gemelos de edad diversa. Detrás, el mar. Una foto de familia unida y serena. Los mismos Flores, hablando de aquel tiempo, lo definen «un periodo feliz» que se pospusiera hasta el verano de 1959, cuando la familia debía transferirse a Mozambique, nuevo destino de trabajo del padre. Quizá como fue aquel viaje, como los hermanos más grandes vivieran el alejamiento de los lugares de su infancia y el impacto con una tierra tan lejana, tan diversa. Mozambique es bellísimo y la capital Lourenço Marques, hoy Maputo, debía ser, entonces, extraña y fascinante. Ahí Luca comenzó a mostrar una pasión por la música. La hermana Barbara lo describía así: «Los primeros recuerdos que tengo de Luca son aquellos en Mozambique, con él sentado en la sillita del piano, los pies no tocaban el piso, concentrado para hacer "las escalas". Con infinita paciencia y determinación. Quizá habrá tenido cinco o seis años, vestido con camisita y pantalones cortos color kaki, con aquellas manitas que aún no habían perdido la forma vivaz típica de los niños pequeños». Es una imagen tierna, aquella que los ojos grandes y buenos de su hermana restituyen, cuarenta años después. Estudiaban juntos piano en su escuela, un instituto de monjas dominicas. Barbara tiene el recuerdo, inquietante, de una tremenda monja, Hermana Coppertina, que, cuando equivocaban una nota, los golpeaba con un largo lápiz amarillo precisamente en los nudillos de los dedos, para hacer sentir más dolor. No obstante, la Hermana Coppertina, en el fondo un nombre de jazz, Luca continuó amando la música. En particular, estaba fascinado por un disco que tenía en portada el dibujo de un círculo. Luca iba con el padre y le imploraba poner en el tocadiscos aquél que su imaginación llamaba «el disco del mundo». Era “Las cuatro estaciones” de Vivaldi en la edición tocada por I Musici con el solista Félix Ayo. Luca lo escuchaba todo, desde la primera a la última nota. Se sentaba cerca del amplificador del tocadiscos y quedaba en silencio siguiendo el pasar de las estaciones. Aquello que, en efecto, hace el tiempo y luego hace el mundo.

LA TRAGEDIA

Vendrá, en el modo más insolente y malo, más casual y atormentado. Eran los primeros días de octubre de 1964. Barbara dice de aquel tiempo, que habían sido «los años más felices de su vida». Todo terminó y pocos momentos señalaron el destino de una persona, de una familia y el de Luca. Regresamos a Lourenço Marques, en una tarde de Octubre apenas iniciado. El día habrá pasado como otros mil. Luca, ocho años por cumplir, y Barbara, casi diez, habrán corrido, jugado, gritado, reído. Quizá Luca había hecho algo que no debía, cosas de niños, cosas de todos los días. Pero Barbara recuerda con precisión la noche, la madre entró en la sala, en donde ella y Luca dormían, para darles el beso de buenas noches. Se lo dio a Barbara, pero no a Luca. Quizá fue un castigo por haber dicho una palabra equivocada, por haber desobedecido... Cada uno de nosotros conserva dentro de sí momentos como aquellos. Los recuerda como humillaciones o miedos. En mi casa había una puerta con vidrios de color. Cuando se cerraba seguía, los movimientos de luces y de figuras irreales, lo que sucedía en el resto de la casa. Escuchaba las voces, quizá acurrucado detrás de la puerta, con la oreja apoyada a la madera. Recuerdo los nervios y los músculos tiesos, listo para funcionar para regresar de un salto a la cama y fingir un disciplinado sueño. Recuerdo los miedos. Los miedos a la hora de la oscuridad y de la fantasía. Cuando piensas al futuro, cuando cuentas los años que faltan para llegar a ser grande, cuando imaginas el día en el que te es más querido, morirá. La oscuridad, el tiempo antes del sueño es un laboratorio de miedos infantiles. Miedos de cuentos de hadas, ansias que pueblan imaginarios libres e inocentes. La oscuridad de lo que será más que la luz de lo que fue, de lo que se vivió. Recuerdo que en la escuela un amigo mío me contó haber escuchado la tarde anterior, detrás de la puerta de su sala, a su madre y a su padre que hablaban, seriamente hablaban, de la posibilidad de mandarlo al colegio. Vivió una noche infernal. En aquellos años el colegio era el gran miedo de todos nosotros. Un lugar de secuestro, de soledad, de frío. Un lugar a la Collodi. ¿Qué habrá pensado, con los ojos abiertos, Luca aquella noche? ¿Qué sentido de culpa habrá sentido? ¿Qué herida habrá pensado haber producido a su madre por incitarla a negarle lo que, imagino supiera, tenía en el corazón más que algún otra cosa? Pruebo una gran ternura si pienso en aquellos momentos de Luca niño. Quizá Barbara, que había tenido el beso, no le ha hablado para no hacer pesar el privilegio. Quizá Luca se sintió solo, en aquella cama. Solo, con la sensación de haber equivocado. La mañana siguiente habría llegado, con su luz que todo borra. Aquella misma mañana había sido fijada para Luca la cita con el dentista, cuyo consultorio estaba en Nelspruit, inmediatamente después de la frontera con Sudáfrica. La madre Iolanda subió a todos al auto. Estaba Barbara, Luca y una amiga de Iolanda con la hija. Se despidieron y partieron. Un kilómetro antes de la frontera, la rueda posterior derecha perdió aire y comenzó a desinflarse. Así es como Giovanni Flores narra el incidente que sigue: «Cuando se pinchó el neumático, el auto comienza a patinar, Iolanda instintivamente frenó y el auto giró noventa grados y salió del camino. Afuera del camino había un terreno inculto. No había campo, no había nada. El auto dio varios saltos y todas las puertas se abrieron. Es de hacer notar que, habiendo sucedido un incidente en Sudáfrica hace algunos meses, había sido precisamente yo, quien había insistido que absolutamente se necesitaría poner los cinturones de seguridad. En aquel entonces prácticamente no existían, pero los encontramos y los compramos. Los instalamos y Iolanda dijo: "No se debe hacer nunca más un paseo, un viaje sin usar los cinturones". Pero aquella mañana no los usó, por lo que fueron lanzados todos hacia fuera del auto y ninguno se hizo nada, solamente alguna contusión. Mi esposa, en cambio, tuvo la falda atorada entre la parte metálica [rim –en inglés-] y el neumático y fue arrastrada en ese campo inculto. Se rompió la espalda, golpeó la cabeza y tuvo una fuerte hemorragia cerebral. Aún vivió tres días y después murió en el hospital de Lourenço Marques». Detengámonos aquí. Probemos poner en secuencia los momentos de aquellas horas, para Luca. El beso no dado, el sentimiento de culpa, el viaje para una visita médica, tutos para él, el incidente, las puertas que se abren de par en par, los cuerpos que saltan hacia afuera, la mamá con la falda atorada, la mamá herida, la mamá que no responde. La vida de Luca, el futuro de Luca Flores están todos en aquel pañuelo de horas, en aquel montón de minutos. Intento imaginarlo, mientras espera la ayuda. Habrá estado temblando, temblando de todos los miedos del mundo. Quizá Barbara lo abrazaba, pero ella era también una niña. Sus recuerdos son, come es de suponer, pocos y confusos: «Después, no sé en cuánto tiempo llegaron el auto de la policía de los alrededores y una ambulancia. Nos llevaron a los primeros auxilios para curar nuestras heridas. La última vez que vi a mi madre, estaba sobre una camilla, con la cabeza vendada. Luego, subimos a un automóvil negro que nos llevó a todos a casa. Luca y yo, permanecimos acurrucados bajo el asiento posterior, tanta era nuestro miedo». En esta secuencia, secuencia de hechos reales, de espaldas rotas y de vidas destruidas, de miedos horrorizantes y de momentos encendidos y decisivos, hay algo de poético. Hay un artista, un escritor, detrás de la secuencia de estos eventos. Tan excesivamente real, tan creíblemente irreales. Iolanda muere como Isadora Duncan murió. También su vida parece un film o una novela. Dos de sus hijos mueren de niños cayendo con el auto en el Senna, ella regresa a la danza y baila la Marsigliese al Metropolitan para hacer entender a los americanos lo que es la guerra en Europa. En el '21 va a Moscú invitada por Lenin. Enseña danza a los hijos de los trabajadores, se casa con Esenin y luego, desilusionada, deja Rusia en el '25. Dos años después, en Nizza, mientras viaja en su Bugatti, la bufanda que lleva en el cuello queda enganchada en las ruedas del auto y la estrangula. Hay una foto que lleva a Luca frente a aquel maldito auto, un Mercedes oscuro. Luca, el pequeño Luca, está casi apoyado cerca de la placa posterior. Tiene una extraña mueca en el rostro. La foto es de algún día antes de aquel maldito 9 de Octubre. Me llamó la atención la placa. Es pura coincidencia, quizá menos. Hay tres letras y cuatro números. Las tres letras son «MLM» como Muerte, Luca y Mamá. Con Luca en medio, como aplastado. Aquellas iniciales pueden ser letras también como Música, Luca y Mamá. O Muerte, Luca y Música. Pensamientos inútiles de cuarenta años después. Pero precisamente aquel auto será por toda la vida la causa de la infelicidad de aquel niño de pantaloncitos cortos, con una camisa de flores y una extraña expresión en el rostro. También Barbara no ha nunca dejado de interrogarse: «He buscado por años encontrar un significado, algo que me ayudara a entender si hubiera un vínculo entre la vida y la muerte de mi madre y de mi hermano. Por qué mi madre nació en marzo y murió en octubre y Luca nació en octubre y murió en marzo... Como un círculo que se cierra o, como dice mi hermano Paolo, un mosaico que es completado». Increíble, todo junto. Como la muerte de Iolanda y el sistema de sombras oscurecen lo que se arregla de repente en la vida de los Flores y en aquella más pequeña y más frágil de Luca. Para todos aquellos que lo han conocido, para todos aquellos que lo han querido, para todos los que han dividido el tiempo con él, el fin de la madre es una causa, quizá la principal, pero cierto, no la única, de la muerte de Luca Flores. Iolanda debía ser una mujer importante. Yo la observo en fotografía. Debía ser una personalidad fuerte, dotada de autoridad y severidad. Era bella, austera, con una sonrisa rara e intensa, un modo de vestir moderno. Las fotos de Forte dei Marmi la muestran con aquellos maravillosos vestidos de florecitas de los años Cincuenta, anuncio del fin de la oscuridad bélica y de un tiempo de esperanza y de sol. Tocaba el acordeón con destreza, amaba el arte y las cosas bellas. Barbara narra que «a veces nos parecía que nuestra madre hubiera regresado a casa. Cuando se oían pasos similares a los suyos, se pensaba siempre que fuera ella». Sólo quien conoce el vacío de las ausencias, las vorágines de soledad que abren de par en par, puede entender cuánto estas imposibles percepciones asemejan a posibles sueños. Esta madre, madre de cuatro hijos, elemento de continuidad y estabilidad en una familia inevitablemente vagabunda, con un padre frecuentemente lejano, debía faltar como falta el aire. Luca se sintió responsable de la muerte de su madre. Lo dicen: el padre, la hermana, sus amigos. Era un niño ni siquiera ocho años y se cargó sobre los hombros este enorme peso. Pensó en la mentira del día anterior, en el beso que faltó, la obligación de ir al dentista y decidió que él era responsable. Se confesó a sí mismo un delito que no había cometido. Se confesó a sí mismo haber borrado lo que más tenía en el mundo. Comenzó, quizá comenzó acurrucado detrás de los asientos de un automóvil negro, un posible, lento recorrido de autodestrucción. En aquel incidente, junto a la falda de Iolanda quedó atorada la vida de Luca. El dolor cambia la vida a los niños. Y más parece normal el modo en el que prosiguen su existencia, algo más, cada día, se le rompe dentro. Pienso en aquellos días de Luca como a una imagen de Ian McEwan que quedó conmigo. Es la descripción de la caída de Logan, un hombre colgado en un globo aerostático fuera de control: «Lo miramos caer. La aceleración era visible. Ningún perdón, ninguna dispensa particular por el cuerpo, en virtud del coraje o de la bondad divina. Simple, despiadada ley de gravedad. Y por un punto impreciso, quizá por él o quizá por la garganta de un cuervo indiferente, un verso agudo cortó el aire detenido. Cayó como era había quedado colgado, como un rígido bastoncito negro. No he nunca visto algo más atroz que aquel hombre que caía». Después, McEwan describe el momento en el que aquel hombre caído del cielo, es encontrado. No un cuerpo extendido, no una multitud de huesos en un baño de sangre. No. «Sentaba levantado dándome la espalda, como si meditara o escrutaba en la dirección en la que el globo se había alejado. Su postura estaba calmada y arreglada... La chaqueta tejida no parecía sucia, aunque le caía encima de modo extraño, porque tenía los hombros más estrechos de lo debido. Más estrechas que los hombros de cualquier hombre. De la base del cuello no se habría alguna amplitud lateral. La estructura ósea estaba colapsada desde el interior dando origen a una especie de tronco con la cabeza en la punta. En aquella vista, me di cuenta que aquello que había interpretado como calma compuesta, en realidad era ausencia. No había nadie ahí adentro.» Luca estaba, dentro de sí, pero quizá estaba ausente. Narra el padre: «El día que luego debía decir a Luca "mira que la mamá no está más..." la primera cosa que él me dijo fue: "Y entonces mi fiesta que iba a ser dentro de una semana, ¿Qué sucederá?"».

Aquella muerte, en octubre de 1964, cambia página en la vida de la familia Flores. Y la fractura también queda esculpida en las fotos.

APLAUDIENDO DE PIE

El padre recuerda haberle comprado en aquellos años un pequeño piano Yamaha y que él tocaba por horas, comenzando a hacer unas pequeñas composiciones. En aquel periodo escuchaba, como todos sus coetáneos, también la música pop y en particular amaba los Genesis y Emerson Lake & Palmer. Todo, evidentemente todo, le servía para construir un universo de lenguajes musicales que era uno de sus modos de su relación con la realidad. Después de Portugal se establecieron en Firenze. Mientras frecuentaba el liceo científico daba los exámenes en privado en el conservatorio, en donde estudiaba con el maestro Vavolo. Giovanni Flores cuenta que «se preparaba en la casa, tranquilo, tomaba lecciones privadas, luego se presentaba en el conservatorio, sostenía el examen y se preparaba el año sucesivo. Entonces entró al bachillerato científico y también, al mismo tiempo, el diploma en el conservatorio con diez y honores». Recuerda haberlo acompañado al examen: «Los miembros de la comisión sentados en una mesa estaban cuidando sus papeles y le dijeron "Toca esto". Apenas comenzó a tocar, los profesores prestaron atención. Y así una pieza después de otra. Había un fragmento de Prokofiev, después Schumann y una sonata de Beethoven y luego, pasaba de una cosa a otra. Al final le dijeron:

"Hay una pieza que tú debes tocar". Y él, mirando el título, dijo: "Este ya lo conozco". Se puso en el pianoforte y la tocó. Los profesores quedaron verdaderamente emocionados. No sé por qué, pero muchos fueron impresionados por este muchacho que no era ni siquiera un interno, no había hecho el conservatorio con ellos. Su amigo Alessandro Di Puccio, que estaba presente, recuerda que la comisión estaba de pie aplaudiendo.

Luca en Firenze había estudiado con el maestro Pichini que lo había introducido a la comprensión del tratado de Clementi, un músico que había ampliado mucho las posibilidades de expresión del piano. A Luca le debía gustar, el extraño Muzio Clementi, músico del Settecento. Clementi tenía catorce años cuando fue descubierto por un noble viajero inglés que lo llevó a su tierra a estudiar el piano. Estudió bien, muy bien. Tanto que a los veintinueve años se encontró enganchado en una competencia de música con otro pianista. Algo similar, para entender, a la competencia en el barco entre «Novecento» y Jelly Roll Morton imaginada por Alessandro Baricco.

De hecho, en el Settecento, la nobleza se divertía poniendo los talentos uno contra el otro. Aquella vez el joven Clementi se encontró frente a Wolfgang Amadeus Mozart, al que juzgó de «mecánica» la manera de tocar del músico italiano.

FORMACIÓN CLÁSICA

Luca tenía una sólida formación clásica. Ha dejado sus discos y sus volúmenes al Centro de estudios de jazz «Arrigo Polillo» de Siena. En el elenco de las 33 revoluciones aparecen, en su mayoría, discos de música clásica: tanto Beethoven y después Chopin, Mozart y Rachmaninov, Stravinskij y Ciaikovski. Y con el Concierto de Colonia de Keith Jarrett está el Quadrivium de Maderna, dirigido por Giuseppe Sinopoli. Entre los libros y las partituras dejadas están desde Clementi a Pollini y Psicología de la música, la partitura de Jardins sous la pluie para piano, de Debussy y la revisión de Casella del Clavicémbalo bien temperado de Bach. Y, entre los demás, La alegría de la música de Leonard Bernstein. Luca estudiaba con rigor y pasión. Su padre, mientras tanto, se había transferido a Zaire por trabajo. Los muchachos se habían quedado en Firenze, que comenzaba a convertirse en su ciudad.

LUCA

Era una persona de la que se podía enamorar fácilmente. Era bello, intenso, melancólico, tenebroso. Las muchachas se morían por él. Su humor tenía altas y bajas, y los momentos de alegría eran, paradójicamente, más peligrosos que los de aflicción.

SURF SONORO

Es 1979. En aquellos años, Luca con Francesco Maccianti, frecuenta el seminario de pianoforte jazz de Siena. Su maestro de entonces, Franco D'Andrea, habla de un «talento particular, un muchacho muy concentrado, reservado, educado». Al inicio de los años ochenta, recuerda Pareti, «Luca Flores ya era un mito entre los jóvenes jazzistas florentinos». Según él Luca era un «alquimista, un ingeniero de la música que construía las frases en un modo muy sistemático, con una atención y una precisión casi maniaca» y tenía «una capacidad particular de estar con el tempo como fluctuando, en una especie de surf sonoro». Nicola Stilo, flautista talentoso, otro de sus grandes amigos, subraya «la elegancia, la naturaleza que tenía en el contacto pianístico y en general en la música. Le venía no sólo de la educación en el conservatorio, era un don natural, como existe solamente en el arte». Y el baterista Alessandro Fabbri dice que la característica principal de Luca era «el rigor [...] Era severo consigo mismo y, por esto, su rigor era una lección para todos. En aquel entonces no eran muchos los jazzistas que tenían una formación clásica. Sobre esta base introducía una metodología de trabajo durísimo. Transcribía los ‘solos’ de sus pianistas preferidos: Desde Bill Evans a Bud Powell, desde Chick Corea a Herbie Hancock. Era insaciable. Y todos nosotros hemos aprendido de él». Luca estudia y ama más que a algún otro a McCoy Tyner, al que pensará de modo particular en los últimos momentos de su vida. Está fascinado por el «touch» de Keith Jarrett. Pero busca algo suyo. Maurizio Giani-marco narra un seminario con Muhal Richard Abrams, un pianista de vanguardia, extremadamente místico, espiritual, que hacía una música difícil, rica de referencias. A Luca «le gustaban mucho los músicos afroamericanos precisamente por su visión espiritual, visión que nos han transmitido y que los diferenciaba de los jazzistas blancos no sólo americanos, sino también europeos. Entre los proyectos que Luca dejó, hay uno vinculado con la música africana que tanto le interesaba». Aquella África en donde se había consumado un fragmento breve y decisivo de su vida.

SU VOZ: EL PIANOFORTE

Narra su amigo Di Puccio: «[...] Desde entonces, los momentos de tristeza, de silencio, de ausencia son cada vez más frecuentes. Probablemente Luca comenzaba a percibir que el único modo de encontrarse a sí mismo, de liberar no sólo la emoción, pero también los sentimientos, de escucharse, fuera tocar. Podía comunicar, pero su voz era su pianoforte. Luca era una persona de gran inteligencia y extraordinario talento, y esta autolimitación que se estaba quizá intencionalmente creando, por miedo de crecer y de encontrar la propia vida, también a través de momentos de gran sufrimiento provocado por el vacío de su infancia, lo estaba encerrando en una prisión de la que nunca supo salir».

¿QUIÉN QUIERE IR AL CINE?

Luca era parte, a principios de los ochenta, del grupo de Tiziana Ghiglioni, una gran cantante de jazz que en aquellos años interpretaba las melodías de Thelonious Monk. Con Ghiglioni y Luca estaban Luca Bonvini, Maurizio Caldura, Franco Nesti, Alessandro Fabbri. Ghiglioni fue muy importante para Luca. Eran amigos, cantaban juntos. Ella tenía una gran admiración por este muchacho de talento desmedido. De él dice que «estaba diez, quizá veinte años adelante de todos nosotros». Ellos se habían encontrado en 1981. Él fue a escuchar su concierto y después los presentaron. Luca no le dio la mano, miraba sus zapatos. Una vez, al final de una sesión de prueba, Ghiglioni preguntó quién quería ir al cine con ella a ver “Lolita” de Kubrick. Todos declinaron, sólo Luca dijo « ¿Puedo ir yo?». Se re-encontraron en frente del cine, entraron. El film comenzó y después de un cuarto de hora Ghiglioni volteó y se dio cuenta que Luca no estaba. Regresó a la sala de ensayo y lo encontró ahí, solo, improvisaba en el pianoforte. Ni Ghiglioni, ni los demás amigos pensaban que Luca estuviera mal. Pensaban que fuera extraño. Extraño como un artista introvertido. Especialmente si está «diez o veinte años adelante de los demás».

LUCA EN AMÉRICA

En 1990 Luca parte para América. [...] Así lo narra el padre: «Un día decidió que quería ir a América y partió para New York. No sé que esperaba encontrar. En cambio, quedó muy desilusionado porque vio que aquel mundo era muy comercial, muy fingido, muy árido». Llegó en avión a San Francisco. Estuvo ahí algunos días y después compró una moto. Con la moto atravesó México y Estados Unidos, al inicio con una muchacha, después solo. El 24 de Septiembre de aquel año, Luca manda una larga y bellísima carta a su amigo Alessandro Di Puccio. En la primera parte describía su viaje «on the road». «Sin caer demasiado en los detalles ha sido un viaje (en moto) de 15000 kilómetros que, a veces, en México se transformaba en un auténtico safari con tanto de vados, ciudades inundadas, arañas grandes como cajetillas de cigarros que atraviesan la calle, cráteres en el asfalto, camioneros locos, diluvios, huracanes y un sol que te dividía en dos. El todo condensado por pueblitos perdidos hechos de cabañas y habitados por muy pobres rancheros, vaqueros y campesinos. También ciudades (países) bellísimos, ruinas mayas en Yucatán y la barrera coralina de éste, en donde finalmente nos detuvimos, y donde tuve el placer de encontrarme de frente con una barracuda mientras nadaba tranquilamente con la máscara al largo de una bahía. El viaje de regreso, desde Yucatán a New York, lo hice solo porque Cristina quería regresar a Italia en el avión partiendo desde México.

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Hasta aquí la tradución de los fragmentos. Además del libro de Walter Veltroni sobre la vida de Luca Flores, hay otro, aquél escrito por Francesca de Carolis, basado en las narraciones de la que fue la última pareja de Luca Flores, Michelle Bobko, de quien destacamos los siguientes versos que aparecen al final del libro y que comienzan con las siguientes palabras :

Los versos que siguen han sido escogidos entre las poesías y textos de canciones que Michelle compuso durante los años vividos con Luca Flores y después de la muerte de su pareja.

Los siguientes versos aparecen en inglés y en italiano y se relacionan con la composición de Luca que lleva el mismo título.

Quanto lontano puoi volare?

Quanto lontano puoi volare caro?
È un addio quello che sento?
Sei andato verso le stelle
Per guardare la terra scivolare via.
È qui nella mia mente, paura.
Un posto senza tempo, che strano,
Perché io non posso immaginare quello
che pensi di trovare.
Senti il cullare della terra,
Mentre tu giri intorno, e intorno, senza fermarti.
Spero vorrai tornare
Quando avrai visto il nostro mondo
E quanto lontano puoi volare.



How far can you fly?

How far can you fly
dear?
Is this a good-bye I hear?
You’re off to the stars
To watch the
earth slide by.
It’s here in my mind, fear.
A place with no time, how
queer,
For I can’t conceive of what you think you’ll find.
Feel the
lull of earth,
As you go round, and round, and round and round.
I hope
you’ll want to come back
When you have seen our world
And how far you
can fly.

A la memoria de Luca Flores se crearon los Italian Jazz Awards [ http://www.italianjazzawards.com ] y en el 2007, basada en el libro de Veltroni sobre la vida de Luca Flores, surge el film: "Piano, Solo".

Escribió Luca Flores a su padre en una carta enviada el 16 de octubre de 1990 desde Staten Island, New York:

Querido papá sé que te he pedido mucho, demasiado. Hubiera querido ser más fuerte, construir una familia y cosas del género, pero la mayor parte del tiempo se me ha ido entre el pianoforte y la lucha por no abatirme por mis pensamientos negativos. Me voy antes de llegar a no ser nada, alguien que se alimenta, se toma del brazo y se lleva bajo el sol... Te mando este cassette con tres fragmentos... uno mío tocado precisamente para ti... se llama "How far can you fly", una pregunta que me he hecho toda la vida: ¿Qué tan lejos se puede ir? ¿Qué nos impide volar? El lenguaje de la música es uno, aquél del alma. Las palabras nos engañan con sus miles significados, mientras que la música es libre, puede volar al paraíso, descender al infierno, o quedarse flotando en el limbo. Yo amo a aquellos músicos que cantan, escriben y tocan cada nota como si fuera la última.

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PIANO, SOLO.

Dirigida por Riccardo Milani
2007
Italia
Basada en el libro de Walter Veltroni: "Il disco del mondo. Vita breve di Luca Flores. Musicista".
Kim Rossi Stuart interpreta a Luca Flores.
Jasmine Trinca
Paola Cortellesi
104 min.

Fuente de los créditos: http://www.imdb.com/title/tt0847754/

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